martes, febrero 28, 2006

Solos en la madrugada


Bruno Marcos
Por quedarme a ver, otra vez, una película underground de Nueva York, Bobby G., de John-Luke Montias, que, por accidente, vi al poco de regresar de la gran manzana y que me sorprendió al reflejar, tal y como yo la percibí, la desnudez humana de Manhattan, me encontré, antes, con Solos en la madrugada, la película de Garci. Es la historia de un locutor depresivo y nostálgico en plena transición española. En el fondo añora ese estado de carencia de la posguerra donde cualquier atisbo disparaba la ilusión. Al final, en el último monólogo de la temporada, radia, a su legión de seguidores a los que denomina “queridos inútiles”, un alegato por el futuro prometiendo no volver a ser cínico, escéptico y nostálgico.
Pienso en por qué encuentro tan inmediato a ese José Sacristán tan mal vestido, con esos trajes de corte estrafalario que mueven a la risa viéndole tan triste, con esa cara. ¿Acaso no ha cambiado nada en esta España donde preferimos la nostalgia de un tiempo defectuoso a un presente aburrido? Tal vez se trate de que esa España de 1977 sea la misma España de hoy que casi no ha cambiado nada, sólo los pantalones de pata de elefante o la marca de los coches del atasco. Los planos desiertos del Madrid de entonces tenían aún algo de románticos.
Quizá –pensé- este blog sea también una murga como la del protagonista de Solos en la madrugada. En un momento dado la chica que le liga, Emma Cohen, le dice, como para halagarle que, en las tribus de no sé dónde, el jefe es el que se hace oír.
El caso es que Garci entonces consigue tocar el pulso de esa generación -seguramente la suya- cuyo epílogo sea, con toda probabilidad, la propia personalidad actual de Garci, tan extraña, haciendo películas como Ninette y un señor de Murcia, definitivamente ya fuera del mundo.
Cada vez me topo con más gente de mi generación que reconoce que Garci les empezó a caer bien, que, incluso sus tertulias mostrencas, siempre dejaban algo bueno.
Creo que en el fondo hay una minusvalía general para sentirnos libres y eso es lo que se deduce de la película, tanto con Franco como sin él, esa minusvalía persiste también hoy.
Me fue imposible así ver ya la película de Nueva York, al fin y al cabo, lo que decían varios de nuestra comitiva: “Por momentos me parece igual a Madrid”.
A la mañana siguiente, aún con la resaca, salen, en el canal de la nostalgia, escenas de violencia en Oriente Próximo, no sé de cuándo, son igual que las de ahora, y siento -como siempre- un remordimiento porque, donde debería ver sólo dolor encuentro belleza, esa luz oblicua y anaranjada sobre la arena que me hace recordar mis viajes. También aparece una mujer bellísima del Líbano a la que habían asesinado a su marido periodista. Para terminar repite una frase de él: “Hay que actuar como si fuéramos libres de verdad”

domingo, febrero 26, 2006

LOS SUEÑOS


Bruno Marcos

Nos despedimos por la noche de C. frente a un parking al aire libre al pie de la catedral. Digo: “Esto era un solar donde acampaban los gitanos, sale en mis pesadillas”. Y me acuerdo de toda las ciudades y escenarios que siguen en mis sueños como un mapa mental.
Cuando fuimos a la ciudad de cuento de hadas que aloja el mar y que ha madurado sobre la violencia los demás me pedían que les orientase. Hacía diez años que no pisaba por allí pero, en un momento dado, dije: “Esperad, esto sale en mis pesadillas, es por aquí, ahí el puerto, por la orilla del Urumea, a la izquierda, el colegio de mis hermanas...”. Es como si existiese una cartografía mental grabada en los sueños, otra ciudad a fuego, debajo de la ciudad, una imagen indeleble que se perpetúa hasta convertirse, por su mera emergencia, en pesadilla, en el agobio de una realidad que ya no existe.
¿Pero de dónde ese poder para crear imágenes? El otro día mi hermana dijo: “Mamá tiene cada sueño... hace tiempo tuvo uno en el que veía a su madre y era como de ceniza”. La fuerza de la mente parta transmutar su contenido en imagen me parece una fuerza de la naturaleza. Tanto como estaba cuestionando yo las imágenes ahora y resulta que me parecen, de nuevo, algo enorme. Le decía, hace poco, a mi hermano -un poco a la ligera- que la iconoclastia tal vez fuera una necrofilia si concebíamos la muerte como un espacio sin imágenes. No es tan disparatado si pensamos que estos iconoclastas -incluido Platón- querían arrojar fuera de la polis a la imágenes para pensar en las verdades, la metafísica, el espacio de la muerte.
La visión de mi madre contemplando a la suya de ceniza pertenece a una categoría de imágenes-idea que no creo que despreciase ni el mismo Platón. Ella intenta visualizar a su madre en el espacio de la muerte, carente de imágenes, donde ya no hay imagen de ella, y este se la devuelve como una imagen que pierde sus cualidades para conferirle el valor de esencia. Mi madre soñando con su madre muerta como una imagen cubierta de ceniza quiere resucitarla trayéndola al espacio de las imágenes.

jueves, febrero 23, 2006

En una isla


Bruno Marcos

Uno ve las escenas del 23 F y no puede menos que conmoverse, es como recordar una tarde de lluvia de la infancia, mientras la mamá tricotaba un jersey hortera.
Pero, luego, cuando el tal Tejero baja del estrado a zancadillear al pobre de Gutiérrez Mellado –sin conseguirlo- le da a uno un poco de vergüenza ajena y no sabe si ese grupo de personas quería imponer una dictadura o un tiempo de lo chusco, una prórroga donde lo ordinario, al grito muy castizo de que se sienten coño, nos permitiría vivir en una isla unos cuantos años más.
Me he fijado, ahora en su aniversario, que el tal Tejero, después de no conseguir abatir a aquel viejito -que resultaba ser, nada más y nada menos, que el jefe del estado mayor- va y se da una vuelta por allí, como para disimular, pistola en mano.
Cuenta Bono en la radio que un guardia civil de los que le secuestraba le pidió permiso para llamar a su esposa y decirle que no se preocupase, que estaba en el congreso dando un golpe de estado y, por eso, no llegaba a casa. Herrero de Miñón dice que otro le rozó la mano y le preguntó si le había hecho daño pidiéndole perdón. Fraga explica que, después de reñir a Tejero, este le echó a la calle con empujones. ¿En qué quedamos?¿Eran o no eran unos brutos?¿A ver si los subordinados iban a ser más refinados que los mandos golpistas? A decir verdad había algo delicado en la forma de arrojarse por las ventanas los guardias que, escandalizados, abandonaban el golpe.
Al día siguiente de los tiros en el cielo del congreso –porque yo venía de la ciudad de cuento de hadas que aloja el mar y ha madurado sobre la violencia- no fui a la escuela. Cuando me reincorporé me preguntaron si había estado enfermo, todos habían acudido a sus pupitres, como si nada. Creo que, cansado de explicar que habíamos tenido miedo, acabé por decir que sí, que había estado enfermo, para no parecer absurdo, entonces comprendí que mi nueva ciudad era también una isla donde nada malo me podría pasar.

miércoles, febrero 22, 2006

Mi abuelo Albert Camus



Bruno Marcos

Sale el nieto de Albert Camus mostrando que su herencia es un infierno a tiempo parcial. ¡Qué manía tienen los franceses de asignar un victimismo estúpido a los descendientes de los genios!
La idea recurrente debe ser la de una cierta mala conciencia por pensar -más de la cuenta- revuelta, en malas digestiones, con un edipismo de opereta.
Este no conoció a su abuelo que murió prematuramente en un accidente de automóvil, y resulta que su fantasma le es terrible, que nunca se le habló de él y que su infancia fue sumamente violenta y que sólo aprendió a recibir amor dándolo. ¡Pero qué estupidez! Su peripecia personal desde la violencia a la generosidad amorosa me puede parecer hasta interesante pero ¿el fantasma opresivo?
No conozco el carácter íntimo de Camus pero sí he leído –entre otras obras suyas- su novela inacabada El primer hombre, en la que interpreta su vida y la clase de sentimientos que expresa demuestran la estatura de eso precisamente, de un hombre, uno que jamás podría transformarse en un fantasma opresivo sino en un tutor.
Yo no conocí a mis abuelos y aunque he intentado informarme de cómo eran apenas he logrado un dibujo extremadamente borroso, dos pinceladas. El tal nieto de Camus tiene exactamente mi edad, 35, si quiere adopto yo a su abuelo, bueno creo que, leyéndolo, ya lo he hecho, tal vez él debería también leerlo.

martes, febrero 21, 2006

LA BIBLIOTECA


Bruno Marcos

Porque varias personas me habían comentado que estaba mi libro en la biblioteca me acerqué hasta allí. Se la van -como todo- cargando, quieren que se parezca a una caja de diseño, no por ello más útil. Me dice mi padre que siempre que cambiaban al gobernador civil había obras. Por comisiones pecuniarias, por higiene psicológica o por fastidiar todo el día están cambiando la ciudad, destrozando los escenarios de los recuerdos, tal vez sea ese su velado fin: acabar con la melancolía.
Nada queda de ese absurdo trazado de paredes negras y anaqueles gastados donde Calentín y yo huíamos para encontrar fugas a los escombros que rodeaban nuestro barrio. Recuerdo, precisamente, que le dio por decir que le gustaba Pessoa y se le ocurrió robar un ejemplar de una antología suya. Yo enseguida le animé con el único argumento de que había varios. Después de hacerlo me insinuó algunos problemas de conciencia. A mí, ajeno a su sensibilidad -tal vez social- me parecieron tonterías. Después de mucho tiempo me confesó que, a escondidas, lo había devuelto. Dijo algo así como que estaba ahí para que la gente lo leyera. Aquel escrúpulo suyo sobre la propiedad de esa poesía me sigue dando vueltas en la cabeza. Tal vez, para él, eso era más que un libro, quizá pensaba en los pobres muchachos, como nosotros, un poco tontos, un poco desesperados, que encontrasen, en las palabras del vate luso, una ilusa ilusión. En mi descargo he de decir que no surgió de mí sino de él la idea de robarlo.
Total que en esa otra biblioteca, que han montado encima de aquella en la que Calentín robó y devolvió la antología de Pessoa, sigue haciendo un calor del carajo. Los viejos se cuecen en su propio sudor leyendo y desleyendo esa madeja de prensa rufianesca que esta empeñada en solventar nuestro presente a costa de sacarles de sus casillas.
Legiones de extraños rebuscan cosas varias, nada de aquellos distraídos y atolondrados de antes, aquellos que urdieron -por lo menos en mi mente- un itinerario que, de lectura en lectura, creaba una secta siniestra. Aquel anaquel de poesía, recorrido con ansiedad de exploradores, -un libro te llevaba indefectiblemente a otro- debió trenzar una sensibilidad muy igual a dos o tres generaciones.
No fui capaz de encontrar mi libro y, un poco avergonzado, me coloqué en un ordenador a consultar mi propio nombre. De todas las referencias sólo la última anunciaba que mi libro era prestable y estaba disponible. N Mar fie era su ubicación. Aun así no lo veía, yo buscaba una cosa delgadísima entre esos tochos y el brillo del forro de plástico, en el que estaba encapsulado, me despistaba. Al fin lo encontré y me pareció de un tamaño normal. Última salida el 12 de diciembre. Leer los datos de la solapa me hizo verme desnudo. Pensé, por un momento, en qué sentiría al sacar mi propio libro, dirigirme al mostrador y enseñar mi carné de socio en el que figuraría el mismo que el del autor. Deseché la idea ante el temor a parecer, aunque autor, chiflado.
Detrás de mí quedó el librito anegado en los miles, millones de historias de los otros, para nada, para todo, perdida, sí, mi historia, pero y ¿la de los otros?

lunes, febrero 20, 2006

El poeta no es un fingidor



Bruno Marcos

Galería de Suicidas, un rarísimo libro en el que el autor va inventando poetas que acabaron con sus vidas. No sé por qué leo tan sólo las notas biográficas de los supuestos poetas y salto los poemas, que el autor –supongo- escribió para ellos.
Creo que mi inconsciente parte de que, en la falsa antología, sólo tienen interés los personajes esbozados porque la poesía es una falsificación y, para mí, en la poesía debe radicar la verdad del autor. Pero, ¿qué ocurriría si va y me gusta uno de esos poemas falsificados, si, de pronto, encuentro, en uno de ellos, la más sublime plasmación de mi visión del mundo?¿ Qué sucedería si, por azar, leyese uno de esos poemas sin saber que son impostaciones en identidades poéticas inventadas y me encantase?
Seguramente soy menos postmoderno de lo que pienso –gracias a los dioses- y creo en la residencia del yo trascendental en el autor y, por eso, a diferencia de tantos, nunca me hicieron mucha gracia los heterónimos de Pessoa, ni compartí, en absoluto, su: “El poeta es un fingidor”.

viernes, febrero 17, 2006

...y que esto le pase a un niño...

Bruno Marcos

Sabía que llegaría ese día en el que, sentado en el sillón -un tanto clínico- del peluquero, vería caer unos mechones de cabello que no me parecerían míos. Trozos de pelo más ásperos que el mío en los que predominan canas. Nada que ver con el flequillo indomable que acariciase mi madre. El cuerpo no se despista, va hacia su destino.
Un mechón se cuelga en la ladera del babero gigante, lo dejo unos minutos regodeándome en su decrepitud, en pensar que si lo viera sin saber su origen podría pensar que perteneció a un anciano. En cosa de uno o dos años mis sienes se han ido plateando sin descanso.
En un momento dado, por debajo de la sotana azul celeste, le doy un empujón con la mano al mechón de anciano y cae al abismo del suelo con todos los cabellos de los otros.

Recuerdo que una vez, en los diarios de Trapiello, leí cómo recogía el día en que se dio cuenta de que tenía una cana en el pubis.
Como dice un amigo de Paul Auster: ”... y que esto le pase a un niño...”

Google Earth






Bruno Marcos
Bajamos el google earth, ese programa que te permite ver el mundo desde el espacio, y, desde él, bajar hasta tu casa. Todo el mundo lo primero que hace es buscar su casa, será para ver que realmente existen.
Palín, como un copiloto inquieto -mi pequeño saltamontes-, sobre mi hombro, viaja conmigo y me increpa y me llama torpe en el manejo de la nave. Yo, efectivamente, me ofusco al pensar en el ojo del universo, el ojo de dios en ese satélite. Después de enseñarle mi casa él me enseña la suya y, luego, le llevo a ver la ciudad en que nací y aparece, como un caracol paralizado, la playa de la Concha, visible a seis mil metros. Hace casi un año Lópezlópez me arrastró hasta el barrio en que vivía. No reconocía nada, los bloques nuevos se habían tragado los recuerdos. De forma inexplicable mandé parar en un punto determinado el coche y dije: "Creo que es aquí, esta era mi casa". Todo distinto, más pequeño. Miré al suelo y un trozo de mármol me devolvió la seguridad de que aquel era el sitio. Algo que no veía ni tocaba hacía casi treinta años y recordaba su temperatura, su textura.
El google earth no baja más y encendemos los motores para volar a otros sitios.
-¿Én qué sitios del mundo has estado Bruno?
-He dado la vuelta al mundo.
Recorremos el Nilo a una altura de cuatro mil metros. No sé por qué está negro.
-Ves la orilla derecha... está llena de edificios y la izquierda deshabitada, es así porque desde hace más de cinco mil años la orilla izquierda es la morada de los muertos.

miércoles, febrero 15, 2006

MI LECTOR ADOLESCENTE





Bruno Marcos

Les ha dado, últimamente, a unos cuantos, por leer mis libros y van viniendo con ellos de la librería a que se los dedique. Hace días lo trajo Palín y le dije que pasase luego a por él para que me diera tiempo a pensar una dedicatoria a la altura de nuestra amistad. Durante la clase, mientras lo estaba firmando, alguna cosa me hizo levantarme dejando el libro encima de la mesa, momento que aprovechó una de la primera fila para cogerlo.
-Mira si lo escribió él, -dijo con ironía no comprendida por sus compañeros que se asombraban de que el nombre de su profesor estuviera en letras de molde- fíjate, se quedaría agotado, 70 páginas, ja... y además entre dedicatoria y tal no empieza hasta la diez.
Lo abrió al azar y se puso a leer en voz alta, con tan mala suerte, que inició un párrafo que dice:
-...comienza a desnudarse delante de mí... Ah! El profe es un salido... –gritó fingiendo escandalizarse.
-Todas las novelas tienen algo de amor y no pasa nada-le dije con falsa seriedad.
-Ya, pero que abras el libro y que lo primero que te encuentres sea eso...
Hoy, al salir, Ramsés me abordó con la cara un tanto desencajada, mientras un súbito viento helado nos azotaba.
-Bruno, ahora tu libro me está gustando, al principio no, no daba un duro por él, pero ahora me quedan sólo veinte páginas y me ha enganchado. Pero el tío ese está fatal, ¿no? Dime una cosa, ¿Qué le pasa? ¿Está jodido de verdad?
-Sí, bueno –dije yo- está enfermo.
-Pero, ¿qué tiene?
-No se sabe, una enfermedad terminal.
-¿Qué es?¿Sida? Porque como le cambian toda la sangre y eso...
-No se sabe- contesté, como refiriéndome a otra realidad de la que yo fuera un transmisor, como si todo eso, la enfermedad y todo lo demás no hubiesen salido de mi cabeza y de mi imaginación.
Por detrás Aurora Boreal no dejaba de decir que molaba mucho el final y que se moría el protagonista y que molaba cómo lo decía.
-Pero no cuentes el final -ordené- que estos no lo han acabado. ¿Lo has leído tú?
-No, sólo leí el final.
El de R. les decía, una y otra vez, que era autobiográfica, intentando aumentar su confusión entre realidad y ficción, pero no le hacían caso. Automáticamente pensarían que si el protagonista estaba enfermo y moría yo ni estoy enfermo, ni muerto, o bien no saben lo que significa la palabra autobiografía.
Mientras, ya estaba yo pensando en el poder arrasador de la ficción, de la narración. La situación era extrema: un lector adolescente preguntando al autor de una novela por datos que no salen en ella como si, realmente, esa historia y sus personajes existieran.
-Bruno -dice Ramsés- voy a leer el otro libro tuyo, ¿va de lo mismo?
-No, pero es triste también.
-Bruno, parece mentira, no es propio de ti, otro triste.

martes, febrero 14, 2006

ARCO2006





Bruno Marcos

Nos invitan a desayunar en un piso en el edificio en el que vivía –o vive a tiempo parcial compartido con la cárcel- Tejero, el guardia civil golpista. Se trata de un búnker de hormigón armado cubierto parcialmente por madreselvas. Es un ático en donde vivió Ana Diosdado divisando, seguramente, en el perfil de Madrid, esa España que todavía soñamos como un futuro y que ya se ha muerto. A. repite: “Yo sabía que esta era una de esas cosas que te gustarían”. Creo que juega a prefabricar el blog.
Con un pase VIP nos infiltramos en una conferencia de Stelarc, el artista que se suspendía, en diversas posturas, con ganchos clavados en la piel. Bellísima la fotografía que proyecta y en la que aparece suspendido, desnudo, colgando de su piel por los ganchos a treinta metros en la calle once de Nueva York mientras se ve, debajo, a un policía increparle, -dice él- pidiéndole el dni.
Nos cuenta, en traducción simultánea, sus nuevos proyectos entre los que destaca el de colocarse una tercera oreja que hable y que está criando en un laboratorio. La foto de la oreja la muestra en un estado calamitoso. Sí, sí que tiene forma de oreja pero totalmente putrefacta. Dice Stelarc que le han desaconsejado los cirujanos implantársela en la mejilla y parece que está pensando en implantársela en el antebrazo. Me gustó más el último proyecto que narra. Piensa –si entendí bien- criar piel con células madre y colocarla sobre el molde de Luci, el homínido que compartía nuestro pasado con el mono, y meter todo eso en una pecera llena de nutrientes que, cada poco, bajarán dejando ver la terrorífica escultura. Sería fascinante una piel viva, una imagen pero sin cuerpo, sin nadie, sin alma. Eso sí que iría más allá de los planteamientos meramente ilustrativos de la ciencia que este tipo de arte suele hacer porque se plantea cosas que la ciencia no se plantea como la ontología y la imagen.
Muy educado Stelarc, en la cola del buffet, le da un codazo a Ella –con el brazo en el que pretende implantarse la tercera oreja parlante- para coger una tarrina de huevo sumergido en gelatina y dice sonriendo:”Sorry”. Nosotros le devolvemos la sonrisa un tanto horrorizados ante tal cercanía con el mito.
Después bajamos a la feria y recorremos todos los pasillos muy rápido.
La feria de arte conocida con el nombre de Arco es ya un subgénero literario, un tema que genera desde el articulillo socarrón del columnista de turno hasta la broma condescendiente de fin de telediario. Creo que –sinceramente- se mantiene para eso, como epílogo irrisorio de una sociedad embrutecida en su falso disfrute de la moda y lo efímero. Realmente lo criticable no es su superficialidad sino su falsa superficialidad. En realidad, no hay ninguna fiesta, hay que ser imbécil para reírse, cada año, con los mismos chistes sosos o deslumbrarse con las mismas luces ciegas. No hay ni siquiera un batiburrillo iconográfico, ninguna resaca monumental de algún atracón de imágenes sino una concitación de la ansiedad.
Nuestra zafiedad seguirá confundiendo esto, una feria como la del turismo o la de artículos de regalo, con la cultura porque la cultura no nos interesa, la cultura no se puede dar en la masa, en la avalancha.
Por más que mientan en esa feria no compran más que los museos y los museítos, es decir, el dinero público descontrolado, los fondos reservados para el absurdo. Artistas, críticos, comités, compradores, todos de usar y tirar, sólo el monstruo crece.
Es obvio que en España está sobrevalorada la capacidad fenomenológica de la fiesta hasta el punto de que esta es falsificada.
Postdata: Vuelvo a casa y la celeridad de producción de acontecimientos de la triste cotidianeidad es infinitamente mayor a la de la feria. Voy al ministerio a reclamar un error burocrático y observo cómo un administrativo, ante la evidencia de su error, no está dispuesto a enmendarlo hasta que un jefe acepta cargar con la responsabilidad. Poco después entro en un supermercado y la cajera le cuenta a otra cajera, a voz en grito, los avatares de no sé qué familia compuesta por una loca, una suicida, una maricona y una mujer maltratada.
Aún sonriente subo al aula, por el pasillo oigo gritos y avisos de pelea. Ante la inminente refriega intervengo. Ca y otra desencadenan, en cosa de treinta segundos, más energía que toda la feria al completo. En medio de los mamporros, mientras veo los puños cruzar mi campo visual, contemplo a dos alumnos morirse de risa al fondo. Pierdo el equilibrio y suena la voz de Ca, como un trueno, diciendo: “¡Sí... tu hermana es una puta...!”. Me superan físicamente y reclamo la ayuda de los demás que tardan en reaccionar y las separan al tiempo que mi espalda toca a la muchedumbre y evita mi caída.

jueves, febrero 09, 2006

CORAZÓN




Bruno Marcos

Se pasaron todo el rato diciendo por lo bajo que afuera había un corazón. Al final les pregunté de qué hablaban. Me llevaron a la ventana y me lo mostraron: una víscera rojiza justo en la cumbre del tejado de pizarra. Nadie podría imaginar que aquel desecho había dado pulso a un ser vivo pero algo en mí se rebeló, yo sabía que en todo eso debía haber algo malo. A bote pronto me salió decirles: “¿Sabéis que eso ha sido el corazón de un ser vivo? Aunque no fuera un hombre también merece respeto”.
“Era de un cordero –dijo uno-“.”Anda no digas eso –otro-“. “Igual –añadió una- me he comido uno”. “Lo trajo una profesora para abrirlo y estudiarlo –aclaró otra-“
Acto seguido mi mente recreó el gesto: El brazo de uno de ellos, cualquiera, coge el despojo y dibuja con él una curva en el aire hasta acertar en la cumbre, enfrente de la ventana.
La hora anterior les expliqué a otros que Sócrates equiparó el ser con el pensar, pienso luego existo, que si el hombre no filosofaba podía ser tenido como animal y que, incluso, se podría defender la pena de muerte porque el ser sin el pensar -el hombre que no filosofa- era como un animal y a un animal se le sacrifica sin más.

martes, febrero 07, 2006

DEMODÉ




Bruno Marcos

Por sms, por teléfono y, al fin, en persona cenando en la mazmorra la P. me pide que le cuente lo de mi vecina. Yo no sé de qué me habla pero, al tanto insistir, le digo directamente:
-Pero, ¿ a qué te refieres con lo de mi vecina?
-A lo del blog... lo de las bragas...
-Pero si ya está contado. Es eso, una cosa normal, de chiquillos. ¿Es que acaso vosotras no habéis enseñado las bragas a alguien de pequeñas?
-Pues yo nunca.
-Yo en la vida.
-Yo menos.
Hoy le sonsaco a ella y, al final, confiesa que vivió una cosa parecida de niña, cuando, de vacaciones en el campo, asistió a las repetidas peticiones que dos amiguitas suyas hacían a un tal andresín, mientras este les tiraba cerezas desde lo alto de una rama, para que les mostrase su incipiente miembro viril. El suceso es infinitamente peor puesto que, en el contado por mí, la pulsión exhibicionista surgía de la niña y esto otro constituía un acoso descarado. El tal andresín que, por lo visto, se andaba por las ramas era requerido para funciones didacticobiológicas sin –seguro- demasiado acaramelamiento por parte de las féminas, a quienes, debajo -pasando de las cerezas- a buen seguro se les iba poniendo cara de sádicas niñas del exorcista.
Resulta que, aparentemente, sólo yo escarbo en la basura de la memoria y, por eso, voy teniendo una infancia arrabalera y defectuosa, más arrabalera que defectuosa porque el pasado en sí lo consideramos más un escombro que un error –aunque también-, un espacio del que nadie quiere rescatar nada.
Al fin, yo soy algo “demodé”, que fue lo que me espetó A. el otro día. Le fui a buscar a la otra punta de la ciudad para que me diera dos discos de jazz que -según él- me cambiarían la vida. Aparqué y me acerqué al bar en el que me había citado. Un escaparate enorme. Más o menos ochenta hombres demudados miraban hacia la pared opuesta. Al fondo, serio y demudado también, contra la pared, sobre un pequeño trono de sillas de terraza de plástico, apiladas hasta la próxima primavera, hallábase él, como el heredero extraño de esa grey que, en algún momento, idolatra como un ente propietario de todas las cosas auténticas y honestas y, en otro, aborrece como la masa depositaria de la barbarie más atávica. Le esbocé, en broma, el argumento de que yo era un espíritu demasiado refinado como para permanecer en ese antro. Luego, mientras en la calle otros primates, transmisores de esa liturgia de bajar, en la tarde del domingo, al bar a ver el partido, se metían en ese local ya repleto A. confiesa:
-No sé por qué consideré tan urgente que tuvieras ya estos discos. Creo que fue porque nunca conocí a nadie en esta ciudad que mostrara el menor interés por el jazz y cuando fui un día a tu casa y me pusiste un disco de jazz pensé: si esto le gusta a Bruno tiene que ser algo totalmente demodé.
Siguió hablando, pero yo ya no podía atenderle. ¿Qué ha pasado en mí –pensé- o qué ha pasado en los demás para que algo referente a mí, que objetivamente –sin vanidad- fui, durante algún tiempo, la persona más moderna de esta ciudad, sea automática e indefectiblemente considerado demodé?

lunes, febrero 06, 2006

CARA DE PALO




Bruno Marcos

Con la foto de antesdeayer de Buster Keaton, hundiéndose en el agua, lánguido e inmóvil, que ilustraba la visión que del abismo tenía mi hermano en su cumpleaños, me he dado cuenta de su gran metáfora. Pamplinas, cara de palo, con su rostro de absoluto drama, hacía reír quizá aun mas por esa precisa seriedad cuando todo el contexto era irrisorio*.
Podría haber sido también el título de este blog, alegoría de mí mismo. No quiero decir que representase una tragicomedia, algo que es a ratos cómico y a ratos tragedia, sino que es las dos cosas a la vez, como yo, como la vida. Cara de palo está extremadamente triste, da pena, pero también estar tan triste –siendo todo como es- da risa.

*Tengo entendido que, por contrato, le estaba prohibido reír en público, también en su vida privada.

domingo, febrero 05, 2006

Adiós a Campanella, hola al sufragio censitario


Bruno Marcos

El mundo es horrible. Me levanto y me entero de que han eliminado del todo la serie de Campanella. La han sustituido por la teletienda, minutos y minutos, horas, de cuchillos prodigiosos y electrocuciones adelgazantes. ¿Tendrá más audiencia que la serie? De ser así, nuestro país es aun más deleznable de lo que pensaba. Habrá que restaurar el sufragio censitario con un examen que demuestre la capacidad mental del ciudadano para poder regir su propia vida.
El canalillo que la emitía debió darse cuenta de que, después de usufructuar la estupidez nacional tanto tiempo, los bajos instintos, el aburrimiento doméstico y la miseria moral del acoso*, esta serie podía volver un poco inteligentes a sus descerebrados televidentes.
La serie no nos dejaba nada bien porque mostraba cómo tratamos a los emigrantes. Para más escarnio nos daba la verdad: unos emigrantes que son puramente españoles, un hijo de un padre asturiano que fue salvado por la amabilidad de la Argentina, obligado por la crisis del corralito, viene aquí y sólo recibe en España las hospitalidad de una joven camarera y de los demás emigrantes. Nunca sabremos como acaba.
Pienso: ¿qué español no asienta al menos una minúscula parte de su bienestar actual en Latinoamérica? De forma absolutamente directa: la herencia de un tío soltero de ultramar que permitió estudiar al padre, el tejado de la casa de los abuelos que se arregló con el dinero que un hijo mandaba...
En fin, ¡qué asco!

*Tengo entendido que una famosa estos días se ha vuelto loca de remate y la telebasura lo ha recogido. La tal famosa se asoma a la ventana del psiquiátrico y habla para que lean en sus labios y culpabiliza al acoso de los programas basura de su desquiciamiento y promete suicidarse.

viernes, febrero 03, 2006

FELIZ CUMPLEAÑOS


Ayer cumplí 53 tacos. Un escalón más hacia el abismo. ¿Qué habrá allá abajo? Leí no sé dónde que ser adulto consistía en darse cuenta de que uno se iba a morir y no caerse de espaldas. También me inpresionó un pensamiento tuyo: ¿Por qué no nos asustamos de los inmensos tiempos en los que no existíamos? Eso: ¿Por qué?

Jesús

Felicidades, 53 es un número bonito, no sé por qué los números impares me resultan más juveniles, será por su asimetría, como si ser joven fuera un desparejamiento, por ejemplo 53 más juvenil que 52.
Imagínate que fueras de esos niños abandonados que les ponen una edad al tuntún, porque no saben cuando nacieron. ¿Qué más da?¿Existe la edad?¿La contaban los primeros hombres?¿Acaso la falsificaban?¿Podríamos falsificar nuestra edad y engañarnos hasta lograr una sugestión que nos haría más longevos?
No pienses -ahora- en lo de después, piensa -un rato- en lo que sería vivir siempre. ¿Sabes lo de aquel longevo que le salió una tercera dentición?¿Qué crees que nos pasará en el futuro en el que dicen que la media de vida ascenderá a 120 años?¿Rejuveneceremos e iremos hacia atrás hasta ser bebés?
Felicidades otra vez
Bruno

jueves, febrero 02, 2006

MI VANGUARDIA (3) Historia de una escultura





Bruno Marcos

Se me ocurrió para llevar, en el Sputnik, a la feria mencionada días atrás donde se materializó la hermana de Ágata Ruiz de la Prada. Era una escultura en la que malversaba los elementos arquitectónicos de una casa. El dueño del Sputnik decidió unilateralmente que no se trataba de una escultura en sí misma, sino que aquella era la maqueta de otra más grande y rotunda cuyo destino era alguna plaza de nuestra maltrecha ciudad. Yo me dejé fascinar por la megalomanía y dije que por supuesto. Al Sputnik le encantó todavía más cuando María de Corral –la directora más poderosa que tuvo el Museo Reina Sofía- se interesó por ella. Su interés consistió en que llamó a su marido para que la viera y en que preguntó si estaba a la venta, luego nos felicitó y se marchó sin más. Fueron pequeños signos pero que, para nosotros -tan inseguros por las cosas tan raras que hacíamos- nos servían de salvavidas.
El Sputnik se comenzó a salir de órbita por aquellos tiempos, lo cual, no evitó que reconociera que ese pequeño triunfo era lo más importante que le había pasado en 10 años de galerismo. Total que me la pidió al volver a casa y me comunicó que varias instituciones querían hacerla en la ciudad a tamaño real. Luego me dijo que si me parecía bien que se construyera en el borde del río, a las afueras de la ciudad, es decir, por los arrabales, porque le habían ofrecido esa ubicación. Un poco desorientado no dije ni que sí ni que no, pero dejando entender que, con tal de que se hiciera, me daba igual.
Así pasaron tres o cuatro años en los cuales me llegaban rumores de que la maqueta estaba guardada en algún rincón del colegio de arquitectos. Uno de ellos me decía cuando me veía: “Yo la he visto, está en tal desván, detrás de unas cajas”. El propio Sputnik comentaba: “ ...es que ocupa un sitio de la leche...”. Yo no sé si la daba por perdida o por durmiente, el caso es que, con el motivo de una exposición sobre las ciudades postmodernas, a un amigo se le ocurrió sacarla del trastero.
La recuperé por unos días y la mimé, la limpié, la restauré, la perfeccioné. El buen amigo creyó que era el momento de intentar volver a construirla y un concejal nacionalista a la castellana, al que nadie escuchaba, nos escuchó. Un día salió ufano con un papel firmando una partida presupuestaria. Con claros accesos de logorrea nos dio varios motivos para que se hiciera, entre otros, que la tal escultura costaba menos que una fuente.
En una cena del evento urbanitopostmoderno coincidimos con José Luis Guerín, el director de cine, que daba una charla sobre el tema de las ciudades y a colación de su película que había obtenido el premio nacional aquel año. Su primeros movimientos en la ciudad –me dijeron- fueron fundirse 50 euros de cecina a cuenta del contribuyente y, después, -según contó él mismo omitiendo el suceso de la cecina- pasearse por la ciudad buscando anticuarios y cosas poco postmodernas. Cenó con el gabán y la visera. Después de ironizar todo el rato sobre el hecho de que el bailarín –también presente- se hubiese hecho concejal del pp, mientras este, a su vez, ironizaba con que el otro existiese, como si el nacionalismo leonés fuera una filfa, se volvió inesperadamente hacia mí y me dijo: “...y vosotros ¿a qué os dedicáis?” Espontáneamente contesté: “Yo soy artista local”. A lo cual –aún no sé por qué- respondieron todos con una carcajada. El ilustre cineasta, sin entender tampoco mucho la broma, sacó un mapa callejero y me invitó a que le señalara el sitio donde se hallaba mi escultura.
A los pocos meses cambió el gobierno municipal y el tal leonesista se mudó a otra concejalía. Ante los requerimientos contestaba diciendo que la firma de ese papel -que tan generoso nos ofreció sin habérselo pedido- podía haber sido falsificada. Su sucesora se apiadó y se comprometió a hacer lo que él otro había prometido; pero, entonces, el tal nacionaleonesismo, que eran cuatro, se escindió en dos y dos, para coaligarse dos de ellos con la oposición, con lo cual la escultura volvió a un desván.
No les guardo rencor, de todas formas, la tal escultura era demasiado metafísica.

miércoles, febrero 01, 2006

que nos hagan caso...
















Bruno Marcos

El exhibicionismo es una cosa muy extraña. Recuerdo que cuando era pequeño, allá en el barrio, una niña que decía estar enamorada de mí, en los bajos de un portal, les enseñaba las bragas a todos menos a mí. No es que a mí tal clausura de la imagen, es decir las bragas –esas bragas-, me interesasen demasiado, pero mi incipiente raciocinio quedaba maltrecho ante tal falta de lógica. Lo esperable era que desease ser vista por mí si yo realmente –como decía- le gustaba tanto.
Lo cierto es que los vericuetos de la necesidad de que nos hagan caso son intrincados y, en muchos casos, pasan por la agresión descarada.
A Ca le dio, en plena clase, un ataque vocinglero de esquizofrenia –hacía de varios personajes a la vez- seguido de un acceso paranoide –todos estábamos contra ella-. Reaccioné con dureza pero con cierto victimismo, sin sancionarla como se merecía. A raíz de eso está desorientada. Busca su castigo a la vuelta de cada esquina y creo que le angustia no ser amonestada. Por lo bajo quiere extender la idea de que la he cogido manía, cuando hasta ese mismo día me idolatraba. “Ahora -ha llegado a decir –estamos conociendo al verdadero Bruno”. Es difícil actuar ante psicologías tan desarregladas.
A la salida, desde el coche, veo como algunos me hacen carantoñas y, en el retrovisor, ella me hace un corte de mangas.
A veces pregunto a la gente si, como dice Platón, preferiría cometer una injusticia o padecerla. Nadie responde con seguridad. Ca, después de cometerlas, como una heroína moral del platonismo, busca su castigo, en parte por reparar el orden del cosmos y, en parte, por darse la razón a sí misma constatando que el cosmos arremete contra ella.